Pacho Bermeo https://www.pachobermeo.com/ Predicador Católico Internacional Tue, 02 Mar 2021 05:22:29 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.4.3 https://www.pachobermeo.com/wp-content/uploads/2020/03/PachoBermeo-FAV-150x150.png Pacho Bermeo https://www.pachobermeo.com/ 32 32 ¡Levántate, toma tu camilla y anda! https://www.pachobermeo.com/2021/03/02/levantate-toma-tu-camilla-y-anda/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=levantate-toma-tu-camilla-y-anda https://www.pachobermeo.com/2021/03/02/levantate-toma-tu-camilla-y-anda/#comments Tue, 02 Mar 2021 04:08:58 +0000 https://www.pachobermeo.com/?p=1212 Recuerdo el caso de una señora como de sesenta y tantos años de edad, muy elegante, que estaba en una silla de ruedas, a la que conocí predicando un congreso de sanación en Los Ángeles, California. Sus hijos se enteraron del congreso y la llevaron y la pusieron en la fila donde yo estaba escuchando, […]

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Recuerdo el caso de una señora como de sesenta y tantos años de edad, muy elegante, que estaba en una silla de ruedas, a la que conocí predicando un congreso de sanación en Los Ángeles, California. Sus hijos se enteraron del congreso y la llevaron y la pusieron en la fila donde yo estaba escuchando, conversando y orando por la gente que se acercaba, mientras el sacerdote que estaba invitado junto conmigo a animar el encuentro estaba predicando.

Cuando ya casi llegaba el momento de escucharla, le pedí que me esperara un momento mientras yo iba a buscar agua. Cuando ya regresaba hacia donde la señora que me esperaba, sentí una voz que en mi interior me dijo “Pregúntale si se quiere sanar”; yo pensé que algo me había caído mal en el almuerzo, “estoy oyendo voces”, pensé, debe ser que estoy un poco cansado… y seguí caminando hacia la señora; a los pocos metros volví a `escuchar´ esa misma voz que me insistía en que le preguntara a la doña si ella de verdad quería ser sanada; yo me detuve, le sonreí un poco a la mujer que me miraba a la distancia esperando que yo regresara rápidamente, y le dije a Dios algo como “¡Señor, esta mujer está en silla de ruedas, lleva esperando en la fila un montón de tiempo, está en un congreso de sanación, cómo le voy a preguntar si quiere que tú la sanes!”.

Inmediatamente, sentí un apremio de Dios a preguntarle eso a la señora y cuando ya llegué a mi asiento junto a ella le pregunté, en medio de mi malestar y angustia, si ella en verdad quería ser sana; inmediatamente escuchó mi pregunta, rompió en un profuso llanto; cuando se calmó me contó que ella había quedado viuda unos años atras, y que cuando llegó el momento de hacer el proceso de sucesión de los bienes de su difunto esposo tuvo un pleito terrible con sus hijos (los que la habían llevado hasta ese lugar y que miraban de lejos…), y que producto de esa querella judicial sus hijos la habían abandonado y no la llamaban ni visitaban nunca, no le permitían ver a sus nietos ni en cumpleaños, Navidad o Día de Acción de Gracias…

Ella siguió contándome que un día ella rodó por las escaleras de su casa y quedó tirada en el suelo sin poder moverse por casi veinticuatro horas al cabo de las cuales un vecino que pasaba por allí se asomó y la vio en el piso  y llamó a la policía, bomberos, ambulancia, etc., y la llevaron al hospital en donde le diagnosticaron un daño en su columna vertebral que le producía una parálisis irreversible de de la cintura hacia abajo. La señora continuó diciéndome que a partir de ese accidente sus hijos construyeron sus casas junto a la suya y se turnaban para estar con ella cada noche y su situación familiar se había arreglado por completo y que ahora, aunque no podía caminar, era feliz porque tenía su familia con ella día y noche.

Cuando terminó de contarme su historia me dijo “¿sabe qué, Pacho? Yo no quería venir a este congreso, pero mis hijos me trajeron y fueron ellos los que me pusieron en la fila para que usted orara por mí, pero la verdad es que yo no quiero que Dios me sane porque qué tal que si me sana yo vuelva a perder a mis hijos…”. Yo quedé mudo ante eso que me decía esta mujer, pero, al mismo tiempo, yo veía con “el rabito del ojo” a los hijos que se levantaban de las sillas esperando que yo orara por su mamá; entonces le dije: “pues señora, yo voy a orar por usted y lo que suceda es problema entre Dios y sumercé”, a lo cual ella de mala gana, levantando los hombros, aceptó.

Yo regresé a Colombia al día siguiente y no volví a saber nada de esa familia hasta más o menos dos años después que fui invitado de nuevo a predicar un congreso “de sanación” allá mismo, y cuál sería mi sorpresa que en el descanso del domingo en la mañana llegaron los hijos sin la mamá y me dijeron que querían hablar conmigo seriamente… Yo pasé saliva y pensé para mis adentros “¡se murió la vieja! ¡ayúdame, Dios mío! ¿Qué les voy a decir?”.

Para mi asombro me dijeron que la mamá venía en camino y que quería mostrarme algo… Así que a la hora del almuerzo ellos mismos me buscaron y me llevaron a un lugar fuera del auditorio y cuando llego a ese lugar me encuentro a la mamá ¡CAMINANDO! y ella me abraza con mucha emoción. Me dijo que a las pocas semanas de haber terminado el congreso ella empezó a recobrar las fuerzas en sus piernas y con un proceso de rehabilitación física ahora trotaba y hacía gimnasia. La verdad es que yo me alegré muchísimo.

La señora me mostró las radiografías de antes y después del congreso y el resultado era una sanación que los médicos decían que no tenían explicación científica para eso. Sin duda fue gracias al poder de Dios. Cuando me abrazó me dijo: “Pacho, esto no es lo más importante, lo más grande es lo que te quiero mostrar…”, y abriendo una puerta que daba a un pequeño salón me encuentro como con 150 personas uniformadas que aplaudieron con mucho gozo; inmediatamente le pregunté que quiénes eran esas personas y me dijo que era el grupo de oración que ella y sus hijos habían creado después de los resultados de sus exámenes y que ahora se reunían semanalmente en el salón parroquial de la Iglesia del sector donde ellos vivían.

Esta historia me hace pensar en la escena que narra el evangelio de san Juan en los primeros versos del capítulo 5, cuando Jesús se encontró con un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo y al restaurarlo por completo le dice: “Levántate, toma tu camilla y anda”.

Es hermoso ver que cuando un ser humano, como la protagonista de la historia que te conté, le da la oportunidad a Dios de que la sane integralmente y le dé las fuerzas para volver a empezar, entonces Él le dice que se levante, es decir, la resucita, la rescata de las muertes que ha estado experimentando y de esa manera cambia su manera de verse, de ver a Dios, de ver su realidad y de ver a los que la rodean.

El Señor le dice que tome su camilla, o sea, que no se avergüence de su historia, que la abrace, por más dolorosa que haya sido y que la convierta en “el estandarte” para mostrar lo que era y lo que ahora es.

Pero, además el Maestro le dice finalmente que empiece a andar con autonomía, con decisión, con la claridad que antes no tenía y con la fuerza que los nuevos comienzos demandan.

En esta cuaresma el Amado quiere restaurarte, capacitarte para que des pasos por tus propios medios, movido por su Palabra y especialmente que haciendo eso te conviertas en signo de la presencia de Dios que quiere llevarte a un nuevo nivel como persona y como testigo de su amor.

Te mando un gran abazo.

Pacho Bermeo

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¿Amnesia o resignificación? https://www.pachobermeo.com/2021/02/10/amnesia-o-resignificacion/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=amnesia-o-resignificacion https://www.pachobermeo.com/2021/02/10/amnesia-o-resignificacion/#comments Wed, 10 Feb 2021 15:19:57 +0000 https://www.pachobermeo.com/?p=1130 En el capítulo 37 del libro del Génesis nos cuentan una de las historias más conocidas de la Biblia, en la que un grupo de hermanos movidos por una gran envidia intentan deshacerse de José, el menor de sus hermanos, porque creían que su padre lo prefería a él por encima de ellos y, después […]

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En el capítulo 37 del libro del Génesis nos cuentan una de las historias más conocidas de la Biblia, en la que un grupo de hermanos movidos por una gran envidia intentan deshacerse de José, el menor de sus hermanos, porque creían que su padre lo prefería a él por encima de ellos y, después de pensar en matarlo, al final terminan vendiéndolo como esclavo a una caravana que pasaba por aquel lugar rumbo a Egipto.

En los siguientes siete capítulos el autor nos cuenta todo lo que José pasó en su camino a Egipto y durante los primeros años que vivió allí, cómo después de varios años, pudo ganarse la confianza de su amo, y posteriormente, del faraón, que incluso lo convirtió en administrador de los recursos del imperio en la época en que pasaban una gran hambruna.

En medio de esta gran escasez de alimento, agua y provisiones, los hermanos de José no tuvieron más alternativa que recurrir al faraón de Egipto para suplicar ayuda al administrador del imperio sin saber que era el mismo a quien ellos maltrataron, lanzaron a un pozo, le quitaron su túnica, la llenaron de sangre de animales para hacerle creer a su padre que había sido devorado por alguna fiera y que, finalmente, vendieron a la caravana.

En el capítulo 45 nos cuentan que José se da a conocer delante de sus hermanos y les cuenta todo lo que ha vivido en Egipto y cómo Dios ha usado todas las desgracias que vivió por culpa de la envidia de ellos para hacerle bien a tanta gente como administrador del imperio.

La escena es muy bella porque el autor sagrado dice que José mandó sacar a todos los que estaban en ese recinto y quedándose a solas con sus hermanos les contó su historia y, al final de la narración, se echó a llorar sobre el cuello de sus hermanos y mandó a traer a su padre Jacob para que supiera que estaba vivo, y para garantizar la supervivencia de toda su familia en medio de esa gran hambruna que amenazaba con matarlos a todos.

 

Creo que esta narración nos da algunas claves muy interesantes para ayudarnos a profundizar en lo que respecta a la reconciliación. Te invito a que me acompañes a plantear un sencillo itinerario para sanar nuestro corazón y nuestros recuerdos de las cosas que nos han hecho y que no nos dejan vivir en libertad hoy.

Miremos lo que dice el texto en algunos versículos del capítulo 45 para resaltar ciertos detalles significativos de este camino de reconciliación:

José dijo a sus hermanos: «Vamos, acérquense a mí.» Se acercaron, y él continuó: «Yo soy su hermano José, a quien ustedes vendieron a los egipcios”. Quiero llamar la atención sobre dos aspectos: el primero es la necesidad de acercarse, es decir, de estar dispuestos a tender puentes para acortar las distancias que las heridas habían abierto. Siempre habrá razones para estar lejos de quienes nos han hecho daño, pero sólo al decidir acercarse se puede comenzar un camino de reconciliación.

El segundo aspecto es ver a José que se les presenta como su hermano. No hay odio ni rencor en esa declaración, por el contrario, él restablece la relación que había con ellos hasta antes del momento en que lo vendieron como esclavo y, aunque podría tratarlos ahora como un gobernador a sus súbditos, hacerles sentir todo el peso de la venganza, elige seguir viéndolos y tratarlos como uno de ellos.

Préstale atención a los versos que vienen a continuación:

Pero, por favor, no se aflijan ni se enojen con ustedes mismos por haberme vendido, pues Dios me mandó antes que a ustedes para salvar vidas. Ya van dos años de hambre en el país, y todavía durante cinco años más no se cosechará nada, aunque se siembre. Pero Dios me envió antes que a ustedes para hacer que les queden descendientes sobre la tierra, y para salvarles la vida de una manera extraordinaria. Así que fue Dios quien me mandó a este lugar, y no ustedes; él me ha puesto como consejero del faraón y amo de toda su casa, y como gobernador de todo Egipto”.

El tercer paso en este camino de la reconciliación es la resignificación. José ha sido capaz de ver en las terribles y malvadas acciones de sus hermanos cuando lo lanzaron al pozo y luego lo vendieron, una manera misteriosa en la que Dios se aprovechó de esas decisiones humanas para escribir su historia de salvación en beneficio de él y, maravillosamente, también para rescatar a los suyos.

¡Qué bueno sería que le pidieras a Dios la capacidad de descubrir que él mismo te ha moldeado y sostenido en tu camino a través de todos los momentos tristes y las dificultades de la vida! Ten claro que la verdadera sanación de un recuerdo doloroso no es olvidar lo que viviste, no es amnesia, sino que puedas recordar en paz, es decir, que puedas ver en lo sucedido elementos de crecimiento, maduración y aprendizaje que te hagan valorar en medio de lo vivido, que eso hoy puede ser de provecho para ti y especialmente que puedas aportarle a otros que hoy pasan por lo mismo. Si aquello tan doloroso que viviste no te hace más empático, solidaria, inclusiva o acogedor con los que hoy pasan por lo mismo, entonces aun no has tenido un verdadero encuentro con Dios ni una sanación en ese aspecto de tu vida.

José no los eximió de lo que le hicieron, no les dijo “hagamos como si nada hubiera sucedido”. ¡No!, ¡Reconciliarse no es tratar de que el agresor sienta que no ha pasado nada o que puede seguir haciendo daño y todo estará bien, ni más faltaba! Reconciliarse es manifestar lo sucedido: “ustedes me vendieron como esclavo”, pero he sido capaz de ver en eso cosas más grandes, es decir, ya no los trato a ustedes como culpables, ni a mí mismo como una víctima.

Finalmente, en los versos 14 y 15 dice lo siguiente:

Y echándose al cuello de su hermano Benjamín, lloró; también Benjamín lloraba sobre el cuello de José. Luego besó a todos sus hermanos, llorando sobre ellos; después de lo cual sus hermanos estuvieron conversando con él”. Es hermoso ver que abrazarse y llorar juntos es benéfico para todos porque permite que se expresen los sentimientos y se pueda dialogar sobre lo vivido para tomar las acciones pertinentes que llevan a los involucrados en la reconstrucción de la relación.

Le pido a Dios que si tú que me estás leyendo en este momento sientes que hay situaciones de tu vida que aun no han sido sanadas, busques la ayuda terapeútica y también espiritual para atender esa parte de tu historia que, sin duda el Señor quiere sanar.

Es urgente que tomes las decisiones pertinentes para reconciliarte con aquellos que te han hecho daño, y que por la paz de tu corazón, puedas transformar ese odio, rencor, deseo de venganza o dolor que sientes, en caminos de esperanza y aprendizajes para ti y para los tuyos.

Gracias por leerme “entre líneas” y permitirme acompañarte en este tiempo.

Te abrazo en la distancia.

Pacho Bermeo

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¿Tomar la iniciativa? https://www.pachobermeo.com/2021/01/27/tomar-la-iniciativa/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=tomar-la-iniciativa https://www.pachobermeo.com/2021/01/27/tomar-la-iniciativa/#comments Wed, 27 Jan 2021 15:41:22 +0000 https://www.pachobermeo.com/?p=1063 Somos hijos de una sociedad en la que se nos ha educado para tomar la iniciativa en la creación de microempresas, para montar un negocio o para buscar el sustento de nuestras familias con ingeniosas formas de economía informal. Somos creativos para buscar maneras de colarnos en la fila o para encontrar la forma de […]

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Somos hijos de una sociedad en la que se nos ha educado para tomar la iniciativa en la creación de microempresas, para montar un negocio o para buscar el sustento de nuestras familias con ingeniosas formas de economía informal. Somos creativos para buscar maneras de colarnos en la fila o para encontrar la forma de aparecer como los más “vivos” haciendo trampas o hallando atajos a las leyes para conseguir nuestros más egoístas propósitos.

Con todo y que hemos sido “educados” para ser ventajosos, ocurrentes e ingeniosos para tantas cosas, creo que una de las muchas ausencias que tiene nuestra educación es que no nos ha enseñado a arriesgarnos, a aventurar, a desinstalarnos y a buscar, con actitudes propositivas, nuevos horizontes para la construcción de mejores y saludables relaciones interpersonales.

Encuentro en mi camino a personas hábiles como comerciantes, como empresarios, para el manejo de las nuevas tecnologías, para el arte o para la ciencia y en muchas áreas de la vida laboral, cultural o económica; pero  esas mismas personas me cuentan que ante un malentendido o una pelea con alguien cercano a sus afectos, o con quien interactúan habitualmente, esperan muchos años a que esa persona los busque y trate de arreglar las cosas con ellos.

Creo que una de las razones por las cuales muchos están esperando que los demás los busquen para restablecer los vínculos rotos es porque cada uno se siente víctima de esa persona por alguna circunstancia vivida tiempo atrás; y desde esa perspectiva es “el otro” quien debe dar el primer paso y acercarse para volver a tender un puente o para pedirles perdón.

Es aquí donde aparece la necesidad de encontrarse con Dios, porque sin una experiencia personal con Él, seguirá la vida siendo leída desde la mirada de una víctima y no desde la asunción de las propias responsabilidades en la destrucción de dichas relaciones.

El evangelio de Juan (Jn 20,19-ss) nos presenta una escena maravillosa para entender lo que es dar el primer paso para la reconstrucción de las relaciones destruidas. Nos cuenta el autor que la primera acción de Jesús después de ser resucitado por el ABBÁ fue ir a buscar a sus discípulos que se encontraban en una habitación y tenían las puertas cerradas por miedo; y sin echarles en cara sus traiciones y errores, va, atraviesa los muros y les desea la paz.

La última vez que Jesús había estado con sus discípulos antes de ser arrestado y luego brutalmente asesinado por la complicidad entre el establecimiento religioso judío y el poder opresor del imperio romano, había sido en el Monte de los Olivos. Cuando llegaron los soldados del sanedrín judío a prender al Maestro, sus discípulos lo dejaron solo, huyeron y lo abandonaron. Sí, esos que habían prometido dar sus vidas por él y pelear hasta el final…  Uno lo vendió por unas monedas; otro sacó la espada y atacó a un criado, éste mismo lo negó tres veces delante de personas que no tenían poder para hacerle ningún daño; otro se fue desnudo porque al huir dejó hasta lo que tenía puesto (Cf. Mc 14,52), y luego, los demás, avergonzados, miraban de lejos.

A esos que lo traicionaron, lo negaron, lo abandonaron y se avergonzaron de Él en el momento más difícil de la vida es a quienes Él mismo va a buscar como primera decisión después de haber sido resucitado.

Pareciera que la clave para poder tomar la iniciativa en la reconstrucción de las relaciones interpersonales que han sido fracturadas es haber pasado por el proceso de la resurrección, es decir, de la transformación de la muerte a la vida y ya no ver las cosas como se veían, sino empezar a verlas con unos ojos nuevos y con la esperanza propia de saber ser una persona vencedora y no una víctima.

Si te fijas en el texto del evangelio de Juan que está a la base de esta reflexión te darás cuenta de que Jesús se pone en medio de esa estancia donde se encuentran los discípulos y no les echa en cara el haberlo dejado solo o por haber fracturado la relación al falsear lo que habían prometido; no les enrostra sus errores ni mucho menos se comporta como una víctima pasiva que espera que lo busquen para pedirle perdón.

Más aún, a esos mismos que están encerrados por miedo, pero a quienes Él ha amado profundamente, los capacita para que salgan del encierro y se conviertan en embajadores y ministros de reconciliación, de perdón, de esperanza, dejando atrás el miedo, y convirtiéndose en protagonistas de una novedosa manera de enfrentar la vida y de contagiar la Buena Nueva para todos.

Es urgente enseñarle a las nuevas generaciones (de seres humanos y de cristianos) que una de las habilidades más importantes es la de empoderarse de la propia existencia, la de tomar el control de las decisiones y evidenciar que se tiene el corazón sano y fuerte al mostrar que se es capaz de tomar la iniciativa y dar el primer paso para perdonar y también para alejarse de los escenarios y las personas que no aportan y que por el contrario le hacen mal a una vida que quiere ser cada vez más digna.

Creo que en este día podrías abrirle las puertas de tu vida a Jesús y pedirle que te resucite, que te rescate de la muerte que hay en tu corazón, que te dé la capacidad de dejar de verte como víctima y a esa persona que te hizo daño no vuelvas a verla como tu victimario, sino asume, tranquilamente tu corresponsabilidad en lo ocurrido; atraviesa los muros de argumentos y justificaciones que te has dicho por tanto tiempo para mantenerte lejos de quien te maltrató, y búscala para llevarle la paz que tu corazón necesita, aunque creas que esa persona no se lo merezca, y aléjate de ellos lo antes posible si es que su toxicidad te deteriora la paz tan anhelada.

Piensa en cuáles cosas de tu vida necesitas tomar la iniciativa sabiendo que nadie más va a hacer lo que te corresponde a ti y sólo a ti. Estoy seguro de que descubrirás que no hay algo tan enriquecedor para tu vida como tomar las riendas de tu existencia y dar el primer paso para conseguir lo que tu corazón anhela. Es más, ten presente que Dios no hace ni hará nada de aquello que te toque hacer a ti; si tienes que buscarte a ti mismo y pedirte perdón por algo que nadie más sabe, este es un buen momento para hacerlo. Pero si además debes buscar a algún amigo, familiar, vecino, miembro de tu comunidad, compañero de estudio o trabajo y volver a empezar en esa relación, debes hacerlo tú.

Si tienes que conseguir trabajo eres tú quien debe salir y tocar las puertas necesarias; si debes subsanar alguna deuda, eres tú quien debe asumir ese compromiso con la responsabilidad que amerita, si tienes que cerrar un capítulo que aun permanece abierto y te sigue hiriendo y haciendo daño, eres tú quien tiene que asumir esa tarea cuánto antes. Estoy seguro de que Dios te va a dar la fuerza y te mostrará los mejores caminos, pero con certeza, Él no va a ocupar tu lugar en nada.

Dios no te exime de tus responsabilidades históricas porque no quiere que seas fugitiv@ de tu historia ni tampoco quiere que seas un ser humano mediocre, por el contrario, el buen ABBÁ quiere que seas protagonista de tus nuevos rumbos y te parezcas a Él al tomar las iniciativas que tu historia requiere.

¡Ánimo! Estoy seguro de que al hacer lo que tienes que hacer, tu vida será fortalecida y te sentiras orgullos@ al ver de todo lo que eres capaz y que no sabías que podías conseguir con tus fuerzas apoyándote en tus nuevas claridades.

Un gran abrazo.

Pacho Bermeo

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Desde la soledad https://www.pachobermeo.com/2021/01/05/desde-la-soledad/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=desde-la-soledad https://www.pachobermeo.com/2021/01/05/desde-la-soledad/#comments Tue, 05 Jan 2021 23:22:43 +0000 https://www.pachobermeo.com/?p=893 “¡Qué doloroso es sentirse solo aunque se esté rodeado de mucha gente!”. Este es uno de los comentarios más comunes que me hacen a diario en los lugares a donde voy y que evidencia la urgente necesidad que tenemos los seres humanos de sentirnos acompañados por personas que nos comprendan y nos ayuden a caminar […]

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“¡Qué doloroso es sentirse solo aunque se esté rodeado de mucha gente!”. Este es uno de los comentarios más comunes que me hacen a diario en los lugares a donde voy y que evidencia la urgente necesidad que tenemos los seres humanos de sentirnos acompañados por personas que nos comprendan y nos ayuden a caminar por la vida.

Si te sientes identificado con esta realidad tan común, te tengo una buena noticia: Dios es persona -es más, son Tres-, y nunca se va… No es una energía cósmica que da ciertos poderes extrasensoriales y que se mantiene en la estratósfera inalcanzable. ¡No! Es Persona, y eso significa que tú y yo podemos y debemos construir una relación interpersonal con Él, a partir de descubrirlo cercano, implicado en todo lo que vivimos y además interesado en darle sentido a cada aspecto de tu existencia.

Si te das la oportunidad de tener una experiencia de intimidad con Dios, estoy seguro de que nunca más te sentirás solo o incomprendido. La manera de empezar a construir esta relación personal con el buen Dios es muy sencilla: nosotros lo conocemos como “oración” y solo requiere disponibilidad de corazón y afinar un poco los sentidos para ver, sentir, escuchar, percibir y disfrutar de sus respuestas.

Creo que podríamos decir que la oración es un diálogo que tiene tres partes:

  1. Tú le hablas a Dios y le cuentas la lectura que haces de las circunstancias que estás viviendo y cómo te sientes frente a lo que vas enfrentando.
  2. Dedicas un tiempo a “sintonizar” tu corazón y tus sentidos con la frecuencia de amor y múltiples maneras en las que Dios responde y lo escuchas atentamente.
  3. Diseñas estrategias concretas para actuar de acuerdo con lo escuchado; de esa manera, la oración se traduce en acciones y no en palabrería.

Me gusta pensar en la oración a partir de un texto del Antiguo Testamento (1R 19,1-16) en donde el protagonista es un hombre llamado Elías, que tenía como oficio dado por Dios el de ser profeta. Como consecuencia de su trabajo como presencia de Dios en medio de su pueblo fue perseguido y amenazado de muerte; al tener que huir se sintió solo, sin fuerzas, deprimido, triste y con ganas de “tirar la toalla”.  En medio de esa crisis llega casi a rastras hasta el monte Horeb, entró en una cueva y pasó en ella la noche. Al día siguiente Dios lo buscó y le preguntó acerca de lo que sentía y lo que estaba viviendo, a lo cual Elías le vuelca su corazón en la oración y le cuenta lo que sentía que le estaba pasando; entonces, Dios le dice que salga de la cueva ya que va a pasar junto a él.

De una hermosa manera, llena de recursos literarios y bellas simbologías, nos cuenta el escritor del texto que, de pronto, hubo un huracán tan fuerte que se rompían las rocas y se agrietaba la montaña; después de esto se desencadenó un terremoto y para rematar se levantó un incendio… Esta narración dice que en ninguno de estos fenómenos impresionantes estaba pasando la presencia de Dios.

De un momento a otro se suscitó una suave brisa y, cuando Elías la sintió se cubrió el rostro porque percibió que en ella pasaba Dios. ¡Qué tremendo momento de oración el de este hombre!  Se nota claramente que Elías tenía una relación tan profunda con Dios que incluso en medio de esa crisis tan fuerte que estaba atravesando, podía discernir cuándo los fenómenos impactantes y extraordinarios eran sólo “fuegos artificiales” pero no presencia de Dios, y cuándo una suave brisa, delicada y, a la vez poderosa, era el paso del Señor.

Dios le dice a Elías que baje de la montaña y vaya a seguir cumpliendo con sus labores como profeta. Lo que vivió en la cumbre del monte: Inteligir el paso de YHWH en medio de tanto distractor “Hollywoodense”, lograr sentir a Dios así de cerca y dejarse conmover por su delicada presencia, ahora se convierte en el motor y la fuerza necesaria para regresar a la planicie y retomar su vida cotidiana, pero desde una novedosa perspectiva de amor y servicio.

Deseo que te tomes el tiempo que necesitas para buscar en Dios el refugio y la compañía que tu corazón anhela, y ya sea que te encuentres en un momento de felicidad plena, de gran angustia o de dolorosa crisis, espero que tengas la certeza de que Dios está ahí contigo esperando que empieces a construir una fuerte relación con Él sustentada en la sencillez de la oración que brota de la transparencia con la que un amigo le habla a otro o con la que un hijo le murmura a su Padre-Madre.

Sin duda, orar se irá convirtiendo para ti en la progresiva toma de conciencia del paso de Dios por tu vida, de su compañía, de sus cuidados, de su ánimo para enfrentar las adversidades y de la complicidad de su cercanía en tus triunfos y alegrías. Irás descubriendo que a orar se aprende orando y que en la medida que vas convirtiéndolo en un hábito vital, irás experimentando que empiezas a ver la vida desde la perspectiva de la esperanza, que lo que hasta ahora eran problemas y pruebas terribles, se transformarán en enormes oportunidades para crecer y para aportar a los que te rodean una comprensión nueva sobre la vida.

Tengo la certeza de que uno de los indicadores que experimentarás cuánto más ores es que te empezará a doler el dolor de los que te rodean y no podrás volver a vivir en indiferencia ante las injusticias y las necesidades de los demás y, seguramente, no tendrás que pedirle permiso a nadie para abrazar, besar, acariciar, dialogar, escuchar o cuidar a quienes cerca de ti están muriendo en vida sin alguien que los rescate.

Dios pasa como una suave brisa que refresca la vida y alivia las horas en donde sientes que todo está perdido y renace en ti la paz y la esperanza que tú y los tuyos anhelan y requieren.

Pienso en los que tienes cerca, que en este momento están viviendo en medio de una gran soledad, y tengo la confianza de que el TodoAmoroso Salvador va a hacerse cercano, providente y fuente de consuelo para ellos a través de tu vida y tus gestos de proximidad.

Gracias por acompañarme en este blog “entre líneas”. Espero que sea de bendición para ti y para muchos a través tuyo. Nos volveremos a encontrar en 15 días.

Un gran abrazo.

Pacho Bermeo

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Analfabetismo emocional https://www.pachobermeo.com/2020/11/10/analfabetismo-emocional/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=analfabetismo-emocional https://www.pachobermeo.com/2020/11/10/analfabetismo-emocional/#comments Tue, 10 Nov 2020 22:22:38 +0000 https://www.pachobermeo.com/?p=473 Cuando yo vivía con mis abuelos y mis tíos maternos, sentarse a almorzar parecía casi un ritual en donde cada uno tenía su puesto fijo en la mesa, se comenzaba a comer a una hora exacta con mucha exactitud, todos comíamos lo que había y nadie pedía “a la carta”,  ya que mi abuelo era […]

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Cuando yo vivía con mis abuelos y mis tíos maternos, sentarse a almorzar parecía casi un ritual en donde cada uno tenía su puesto fijo en la mesa, se comenzaba a comer a una hora exacta con mucha exactitud, todos comíamos lo que había y nadie pedía “a la carta”,  ya que mi abuelo era un hombre serio, estricto y un poco rígido.

Recuerdo que en una ocasión, ya sentados en la mesa para un almuerzo, mi tía -la menor de las hijas de mis abuelos-, llegó unos minutos tarde; saludó, y le dio un beso en la frente a mi abuelo; él, sin mirarla, siguió comiendo… Yo tenía siete u ocho años y al ver eso, con “la prudencia” propia de un niño, le digo a mi abuelo, delante de todos: “¿abuelito, sumercé por qué no da besos ni abrazos ni caricias?” a lo que él respondió rápidamente “porque eso no sirve para nada”. Te imaginarás el silencio de funeral que irrumpió en ese almuerzo, convirtiéndolo en el más rápido de la historia…

Años después, cuando fui creciendo, traté de comprender por qué mi abuelo era así de hosco y de huraño. Entendí que quedó huérfano de madre siendo un pequeño niño en el campo y, por ser el único varón en medio de sus cinco hermanas, tuvo que hacerse cargo de sacarlas a ellas adelante, privándose de muchas cosas y teniendo que convertirse en un adulto sin haber sido un niño, un adolescente o un joven “normal”.

Más o menos veinte años después de la escena del almuerzo que te he contado, un domingo por la tarde, mi tía, la misma de aquel episodio, llegó a visitar a mi abuelo, que estaba reducido a una silla en su habitación después de haber pasado por un par de cirugías de corazón, sufriendo los dolores de una osteoporosis que le había pulverizado varias costillas y ahora permanecía conectado casi veinte horas diarias a una máquina que producía oxígeno.

Como a las 6 p.m. mi tía se despide porque va a regresar a su casa, entonces, le dan un beso a mi abuela y desde el umbral de la puerta con la mano se despiden de mi abuelo; pero él, sacando una mano de debajo de su ruana se quita la máscara de oxígeno y le dice a ella “Mija, ¿y mi beso?”.

Recuerdo ese día como si acabara de suceder… Ella se devuelve, le da un beso y se va. Cuando quedamos mi abuelo y yo solos, aproveché para conversar con él y le recordé la escena de aquel almuerzo veinte años atrás.

Cuando le pregunté acerca de qué era lo que había cambiado desde aquella vez en que me respondió que “eso no servía para nada” hasta ese momento, me dijo lo siguiente: “Mijo, tengo que estar reducido en esta silla, sin poder moverme por mí mismo, respirando este oxígeno, con estos dolores infernales, para darme cuenta de que la plata en el banco, la finca, los viajes, y el prestigio que he tenido en mi profesión, no se comparan con un beso de mis hijos y mis nietos para entender lo que de verdad vale en la vida”.

Ese día comprendí un poco mejor, que el mandato que Jesús nos dejó en el evangelio de san Juan fue: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Que, como yo los he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros” (Cf. Jn 13,34).

Mi abuelo entendió, en medio de muchos dolores, medicamentos y limitaciones físicas que había invertido su vida en conseguir títulos profesionales y especializaciones, dinero, bienes materiales, viajes y muchas cosas que, después de haberlas disfrutado honesta y sanamente, no eran lo esencial que le daba sentido a la existencia.

Sin lugar a dudas, hoy tengo la certeza de que mi abuelo, al igual que muchísima gente que he conocido a lo largo de mi vida, sufrió durante buena parte de su historia de una terrible enfermedad, que es más dolorosa que todo lo que él padeció al final de su camino: analfabetismo emocional. Él había garantizado el sustento material para toda su familia, estabilidad económica para su esposa, estudio para sus hijos, etc., pero, al final de sus días se dio cuenta de que eso había estado bien, pero no era tan importante como el beso, el abrazo y el amor de quienes lo rodeaban.

Deseo que revises si tú también estás padeciendo de esta triste y común enfermedad, es decir, si no sabes expresar el amor y el cariño a los que te rodean, y si es así, ojalá no te permitas llegar a situaciones límite de enfermedad o algún accidente que te lleven, ahí sí, a redireccionar tu manera de relacionarte con los que están a tu alrededor.

Conozco muchos casos de personas que perdieron a seres queridos en este tiempo de pandemia o por algún accidente y que se han quedado con el dolor y el remordimiento de no haberles pedido perdón o decirles cuánto los amaban. Creo que puedes aprovechar el milagro de estar viv@ para acercarte, superar la vergüenza y expresar lo que sientes en tu corazón hacia aquellos que están a la distancia de una llamada.

El mandamiento de Jesús es amar; y eso se debe traducir en acciones concretas que evidencien el amor que seguramente sientes por los de tu entorno, pero ahora hay que manifestarlo con palabras y gestos concretos. Es hora de volver al beso, al abrazo, a la caricia, a mirar a los ojos, a decir TE AMO, porque no basta con decir “Te quiero”. Es tiempo de amar como el otro necesita ser amado y no solamente como a cada uno le de la gana de  hacerlo.

No olvides lo que dice 1Jn 4,20 que si alguno dice que ama a Dios a quien no ve y no ama al ser humano al que sí ve, es un mentiroso… Dejemos de vivir como mentirosos que aparecemos como personas piadosas y religiosas porque asistimos a infinidad de celebraciones sacramentales, espirituales y reuniones comunitarias, pero en la vida diaria actuamos como ateos prácticos, en donde somos hábiles para las acciones de fe o de culto, pero incapaces de ser mejores seres humanos a la manera de Jesús.

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Ábrete confiadamente https://www.pachobermeo.com/2020/11/09/episodio-01-effata/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=episodio-01-effata https://www.pachobermeo.com/2020/11/09/episodio-01-effata/#respond Mon, 09 Nov 2020 13:56:36 +0000 https://www.pachobermeo.com/?p=310 En estas últimas décadas se ha puesto de moda hablar de liderazgo… Se ofrecen cursos, se dictan conferencias, por todas partes aparecen “expertos” que tienen las claves y los tips más novedosos que van a hacer que todos los que accedan a esos “secretos” ejerzan una influencia significativa en los que los rodean y así […]

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En estas últimas décadas se ha puesto de moda hablar de liderazgo… Se ofrecen cursos, se dictan conferencias, por todas partes aparecen “expertos” que tienen las claves y los tips más novedosos que van a hacer que todos los que accedan a esos “secretos” ejerzan una influencia significativa en los que los rodean y así se convertirán en grandes líderes.

Yo no soy un experto ni pretendo serlo, pero quiero compartir contigo en este podcast semanal algunas de las herramientas que a lo largo de estos más de treinta años he ido aprendiendo del Único Maestro que enseñó -y sigue enseñando-, que el verdadero liderazgo se llama SERVICIO y que no hay mayor influencia que la de alguien que contagia de esperanza, atendiendo, cuidando y amando a los que lo rodean entregándoles generosamente su propia vida.

Como te digo en el video de bienvenida, esta sección se llama EFFATÁ, que es una palabra aramea cuyo significado podríamos traducirlo por “Ábrete” y hazlo confiadamente… Eso fue lo que Jesús le dijo al tocar íntimamente la vida del hombre enfermo de sordera y que tartamudeaba en el capítulo 7 del evangelio según Marcos. Por supuesto que ese ser humano después de ese encuentro poderoso con el Amado, fue sanado en todo su ser y empezó a hablar correctamente.

Ojalá a través de lo que con sencillez compartiré contigo en esta sección seas tocad@ y capacitad@ por el Señor para servir (¿iderar?) a su manera a los que más lo necesitan, es decir, a sus preferidos.

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Una resurrección https://www.pachobermeo.com/2020/10/12/una-resurreccion/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=una-resurreccion https://www.pachobermeo.com/2020/10/12/una-resurreccion/#comments Mon, 12 Oct 2020 20:05:01 +0000 https://www.pachobermeo.com/blog-ejempllo-copy-3/ Soy el menor de dos hermanos. Juan Manuel, mi hermano mayor, fue el principal motivo por el cual mis papás se casaron, pero a los cinco meses de gestación en el vientre de mi madre, por una extraña enfermedad, se adelantó, nació y pocas horas después, falleció. Pero como nosotros los cristianos católicos no creemos […]

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Soy el menor de dos hermanos. Juan Manuel, mi hermano mayor, fue el principal motivo por el cual mis papás se casaron, pero a los cinco meses de gestación en el vientre de mi madre, por una extraña enfermedad, se adelantó, nació y pocas horas después, falleció. Pero como nosotros los cristianos católicos no creemos en la muerte sino en la vida, sigo siendo el menor de dos hermanos, sólo que he vivido como hijo único y algún día conoceré a mi hermano -espero que no sea muy pronto-.

Como te imaginarás, el golpe por la pérdida de mi hermano fue bastante fuerte para mis jóvenes papás: 18 años tenía mi madre, y 24 mi padre. A pesar de todo eso, se repusieron y un año más tarde volvieron a quedar embarazados y con gran ilusión querían tener un hijo dulce, tierno, inteligente, sensible, amoroso, y… ¡Nací yo! Es decir, que sus expectativas fueron ampliamente superadas, como salta a la vista. (Broma).

Cuando tenía nueve meses, mis papás tuvieron una discusión en la que decidieron que no iban a seguir juntos y que tenían que definir qué hacer con su pequeño hijo; acordaron que me mandarían a casa de mis abuelos paternos; allí estuve poco tiempo, al cabo del cual me llevaron a casa de mis abuelos maternos en donde, además de ellos dos, vivían los cuatro hermanos menores de mi mamá. Allí mis abuelos me acogieron, me recbieron y me criaron como a un hijo más.

En ese tiempo de mi primera infancia veía esporádicamente a mi papá y los fines de semana, a mi mamá, pero pasé la mayor cantidad de tiempo con mis tíos y abuelos. Pronto se empezó a generar una sensación profunda en mi corazón: empecé a pensar que un buen regalo, algo valioso e importante, se guardaba y se cuidaba con esmero, pero lo que no era tan apreciado o de poco valor se dejaba por ahí. Este razonamiento me fue dañando el alma porque empecé a convencerme de que yo no era ni importante ni valioso, ya que mis padres, en vez de guardarme y tenerme con ellos, me mandaron a vivir en otra casa y con otras personas.

Estos sentimientos fueron convirtiéndome en un niño, -y posteriormente, en un adolescente- hosco, solitario, introvertido, malgeniado, lleno de odios y resentimientos hacia mis papás, hacia Dios y, por supuesto, conmigo mismo también. Mis relaciones interpersonales se convirtieron en un constante tratar de agradar a todos y “caer bien” haciendo lo que los demás quisieran que yo hiciera, con tal de ser recibido, aprobado y tenido en cuenta en los pocos espacios que tenía fuera de casa (colegio, barrio o equipos deportivos).

Así pasaron los primeros trece años de mi vida, en donde cada vez crecían más los miedos, las inseguridades, el dolor, el rencor y una gran tristeza que parecía que fueran “las gafas” a través de las cuales veía a los que me rodeaban, mis circunstancias y, en fin, todo mi entorno.

Fue así cuando el sábado 21 de noviembre de 1987 como a las ocho de la noche recibí una llamada telefónica. Era mi tío, el hermano menor de mi mamá, que me animaba a ir al día siguiente a un “paseo”.

Busqué mil maneras para evadir esa invitación y quitarme de encima a mi tío que insistía en que lo acompañara a su paseo; para “escapar” le pregunté, finalmente, que si a ese plan iban a ir muchachas. Mi tío rápidamente dijo “por supuesto que sí, a lo cual yo inmediatamente le dije “¿a qué hora me recoges?”.

El “paseo” era en una isla que quedaba dentro del gran lago que hay en un importante parque de Bogotá. Estacionamos el carro y caminamos por el pasto hasta que llegamos a una delgada tabla como de siete metros de largo por la cual entramos a ese lugar. Cuando entramos a aquella isla vimos a unas diez personas que estaban allí y, con una gran sonrisa, beso y abrazo, se acercaban a saludar a mi tío, y él les decía con mucho énfasis “este es mi sobrino, Pacho” y cada una de esas personas me abrazaban a mí también. Pensé: qué tipo de gente era esa que abrazaba a un muchacho de trece años con el pelo largo, un poco rapado en un lado de la cabeza, con un zapato deportivo de un color y otro de otro, con chaqueta larga hasta los tobillos y accesorios particulares…

Unos minutos después, una de las jóvenes del paseo sacó la guitarra y empezaron a palmotear y a cantar los grandes hits de la época:

“Alabaré…”, “No hay Dios tan grande como Tú…”, etc. Yo miraba con los ojos desorbitados aquella escena y pensaba que el pobre de mi tío estaba tan mal, tan confundido en su vida, que se había metido en alguna secta y quería involucrarme. Una vez terminaron de cantar esas canciones alegres se sentaron –y yo también-, y cantaron canciones más lentas y suaves en un ambiente de meditación. Todos estaban con los ojos cerrados, concentrados en eso, mientras que yo, con un ojo abierto y el otro cerrado, esperaba que todos estuvieran metidos en lo suyo para salir de ahí.

Efectivamente, me levanté y salí caminando lentamente para que nadie se diera cuenta y empecé a andar y a andar y seguí andando por la orilla de la isla, hasta que como cuarenta y cinco minutos después regresé a donde estaban todos porque, -aunque no me creas-, ¡No pude encontrar la bendita tabla que había cruzado para poder salir de esa isla! Así que tuve que quedarme en lo que realmente era una convivencia -no un paseo- del grupo de oración al que mi tío había entrado un mes atrás. ¡Ese día fui atrapado por Dios!

Tengo muy presentes todos estos recuerdos, porque ese día mi vida se partió para siempre en dos. Fue el domingo 22 de noviembre 1987 cuando, con abrazos, besos, canciones, las oraciones, el compartir la comida, la lectura de la Biblia y tanto cariño, me dijeron que yo era hechura de Dios, que yo no era un accidente, que era valioso, que Dios no hacía basura, que aunque mis papás se olvidaran o se alejaran de mí, Dios nunca lo iba a hacer; me hicieron saber que está escrito que Dios me tiene tatuado en sus manos y que siempre tiene presentes mis murallas, que Él me cuida y me sostiene.

Esa fue la cuota inicial de la nueva mirada que tuve sobre mí mismo y sobre mi historia; después de ese día, mi vida nunca más volvió a ser la misma, cayeron unas como escamas de mis ojos y empecé a salir del abismo en el que me encontraba.

Espero que esto que te he contado de lo que viví en el comienzo de este camino te sirva, de alguna manera, para entender que eres creatura de Dios, que el cincel con el que tallaron tus huesos fue el amor, que no importa las circunstancias por las cuales fuiste concebido o dónde naciste; no fuiste hecho para la tristeza, la depresión o el sinsentido, porque Dios te soñó y te tejió en el vientre de tu madre y te va a seguir sosteniendo y animando hasta cuando seas viejo y tengas canas.

Es urgente que a través tuyo, de la resignificación de tu historia, de tu manera de verte a ti mismo y a los que te rodean, seas portador de esperanza y de una nueva comprensión de la realidad para los que están cerquita tuyo y anhelan que alguien les ayude a recomenzar en la vida.

¡Ánimo!

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