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Analfabetismo emocional

Cuando yo vivía con mis abuelos y mis tíos maternos, sentarse a almorzar parecía casi un ritual en donde cada uno tenía su puesto fijo en la mesa, se comenzaba a comer a una hora exacta con mucha exactitud, todos comíamos lo que había y nadie pedía “a la carta”,  ya que mi abuelo era un hombre serio, estricto y un poco rígido.

Recuerdo que en una ocasión, ya sentados en la mesa para un almuerzo, mi tía -la menor de las hijas de mis abuelos-, llegó unos minutos tarde; saludó, y le dio un beso en la frente a mi abuelo; él, sin mirarla, siguió comiendo… Yo tenía siete u ocho años y al ver eso, con “la prudencia” propia de un niño, le digo a mi abuelo, delante de todos: “¿abuelito, sumercé por qué no da besos ni abrazos ni caricias?” a lo que él respondió rápidamente “porque eso no sirve para nada”. Te imaginarás el silencio de funeral que irrumpió en ese almuerzo, convirtiéndolo en el más rápido de la historia…

Años después, cuando fui creciendo, traté de comprender por qué mi abuelo era así de hosco y de huraño. Entendí que quedó huérfano de madre siendo un pequeño niño en el campo y, por ser el único varón en medio de sus cinco hermanas, tuvo que hacerse cargo de sacarlas a ellas adelante, privándose de muchas cosas y teniendo que convertirse en un adulto sin haber sido un niño, un adolescente o un joven “normal”.

Más o menos veinte años después de la escena del almuerzo que te he contado, un domingo por la tarde, mi tía, la misma de aquel episodio, llegó a visitar a mi abuelo, que estaba reducido a una silla en su habitación después de haber pasado por un par de cirugías de corazón, sufriendo los dolores de una osteoporosis que le había pulverizado varias costillas y ahora permanecía conectado casi veinte horas diarias a una máquina que producía oxígeno.

Como a las 6 p.m. mi tía se despide porque va a regresar a su casa, entonces, le dan un beso a mi abuela y desde el umbral de la puerta con la mano se despiden de mi abuelo; pero él, sacando una mano de debajo de su ruana se quita la máscara de oxígeno y le dice a ella “Mija, ¿y mi beso?”.

Recuerdo ese día como si acabara de suceder… Ella se devuelve, le da un beso y se va. Cuando quedamos mi abuelo y yo solos, aproveché para conversar con él y le recordé la escena de aquel almuerzo veinte años atrás.

Cuando le pregunté acerca de qué era lo que había cambiado desde aquella vez en que me respondió que “eso no servía para nada” hasta ese momento, me dijo lo siguiente: “Mijo, tengo que estar reducido en esta silla, sin poder moverme por mí mismo, respirando este oxígeno, con estos dolores infernales, para darme cuenta de que la plata en el banco, la finca, los viajes, y el prestigio que he tenido en mi profesión, no se comparan con un beso de mis hijos y mis nietos para entender lo que de verdad vale en la vida”.

Ese día comprendí un poco mejor, que el mandato que Jesús nos dejó en el evangelio de san Juan fue: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Que, como yo los he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros” (Cf. Jn 13,34).

Mi abuelo entendió, en medio de muchos dolores, medicamentos y limitaciones físicas que había invertido su vida en conseguir títulos profesionales y especializaciones, dinero, bienes materiales, viajes y muchas cosas que, después de haberlas disfrutado honesta y sanamente, no eran lo esencial que le daba sentido a la existencia.

Sin lugar a dudas, hoy tengo la certeza de que mi abuelo, al igual que muchísima gente que he conocido a lo largo de mi vida, sufrió durante buena parte de su historia de una terrible enfermedad, que es más dolorosa que todo lo que él padeció al final de su camino: analfabetismo emocional. Él había garantizado el sustento material para toda su familia, estabilidad económica para su esposa, estudio para sus hijos, etc., pero, al final de sus días se dio cuenta de que eso había estado bien, pero no era tan importante como el beso, el abrazo y el amor de quienes lo rodeaban.

Deseo que revises si tú también estás padeciendo de esta triste y común enfermedad, es decir, si no sabes expresar el amor y el cariño a los que te rodean, y si es así, ojalá no te permitas llegar a situaciones límite de enfermedad o algún accidente que te lleven, ahí sí, a redireccionar tu manera de relacionarte con los que están a tu alrededor.

Conozco muchos casos de personas que perdieron a seres queridos en este tiempo de pandemia o por algún accidente y que se han quedado con el dolor y el remordimiento de no haberles pedido perdón o decirles cuánto los amaban. Creo que puedes aprovechar el milagro de estar viv@ para acercarte, superar la vergüenza y expresar lo que sientes en tu corazón hacia aquellos que están a la distancia de una llamada.

El mandamiento de Jesús es amar; y eso se debe traducir en acciones concretas que evidencien el amor que seguramente sientes por los de tu entorno, pero ahora hay que manifestarlo con palabras y gestos concretos. Es hora de volver al beso, al abrazo, a la caricia, a mirar a los ojos, a decir TE AMO, porque no basta con decir “Te quiero”. Es tiempo de amar como el otro necesita ser amado y no solamente como a cada uno le de la gana de  hacerlo.

No olvides lo que dice 1Jn 4,20 que si alguno dice que ama a Dios a quien no ve y no ama al ser humano al que sí ve, es un mentiroso… Dejemos de vivir como mentirosos que aparecemos como personas piadosas y religiosas porque asistimos a infinidad de celebraciones sacramentales, espirituales y reuniones comunitarias, pero en la vida diaria actuamos como ateos prácticos, en donde somos hábiles para las acciones de fe o de culto, pero incapaces de ser mejores seres humanos a la manera de Jesús.

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Ábrete confiadamente

En estas últimas décadas se ha puesto de moda hablar de liderazgo… Se ofrecen cursos, se dictan conferencias, por todas partes aparecen “expertos” que tienen las claves y los tips más novedosos que van a hacer que todos los que accedan a esos “secretos” ejerzan una influencia significativa en los que los rodean y así se convertirán en grandes líderes.

Yo no soy un experto ni pretendo serlo, pero quiero compartir contigo en este podcast semanal algunas de las herramientas que a lo largo de estos más de treinta años he ido aprendiendo del Único Maestro que enseñó -y sigue enseñando-, que el verdadero liderazgo se llama SERVICIO y que no hay mayor influencia que la de alguien que contagia de esperanza, atendiendo, cuidando y amando a los que lo rodean entregándoles generosamente su propia vida.

Como te digo en el video de bienvenida, esta sección se llama EFFATÁ, que es una palabra aramea cuyo significado podríamos traducirlo por “Ábrete” y hazlo confiadamente… Eso fue lo que Jesús le dijo al tocar íntimamente la vida del hombre enfermo de sordera y que tartamudeaba en el capítulo 7 del evangelio según Marcos. Por supuesto que ese ser humano después de ese encuentro poderoso con el Amado, fue sanado en todo su ser y empezó a hablar correctamente.

Ojalá a través de lo que con sencillez compartiré contigo en esta sección seas tocad@ y capacitad@ por el Señor para servir (¿iderar?) a su manera a los que más lo necesitan, es decir, a sus preferidos.